Por Julieta García Ríos
Con solo mencionar el 10, el 13, el 14 o el 56, entre la fanaticada de la pelota cubana se entiende que se habla de Linares, Pestano, Casanova y Tabares. La afición los conoce, los identifica y guarda en la memoria sus mejores jugadas, las que también hicieron suyas.
En breves líneas JR propone conocer los motivos por los que algunos peloteros escogieron su número, ese que llega a convertirse en una especie de segundo nombre o un tercer apellido. Y para el público es un símbolo.
Así lo definió Agustín Marquetti en los años 80, quien desde entonces estaba convencido de que su 40 tenía para el pueblo el mismo significado que el 1 de Huelga o el 32 de Changa Mederos.
Elegir el número al dorso de la camiseta es aparentemente simple. Carlos del Pino, responsable de Anotación y Estadísticas de la Federación Cubana de Béisbol, comenta a este diario que su elección se realiza a criterio del jugador.
«De ya existir alguien con ese número, se le dará al jugador que lleve más tiempo en el equipo. El pelotero puede jugar una o varias veces con un número y luego cambiarlo, aunque muchos se quedan con el inicial, pues llegan a identificarse con este».
Agustín Marquetti —el hombre que dio el jonrón más famoso y recordado del estadio Latinoamericano y con el cual coronó a Industriales en la Serie Nacional del año 1985-1986, bajo al mando de Pedro Chávez— contó que se hizo del 40 porque al incorporarse a los azules de la capital, luego de haber empezado el campeonato, encontró que todos los números estaban repartidos menos del 37 al 40. Sucedía en aquella época que los equipos estaban integrados por 36 peloteros.
Él prefería el 4, el 7, el 8, el 19 o el 21, pues les recordaban a sus ídolos. Y ante la imposibilidad de seleccionar uno de ellos, se decidió por el 40. «Era como el 4, pero más grande, o al revés», expresó.
De aquella época dorada de la pelota cubana también se recuerda el 19 del matancero Wilfredo Sánchez, el primero en batear 2 000 hits en Series Nacionales.
En los juveniles le dieron el 19 y desde entonces se encariñó tanto que lo hizo suyo. Solo una vez lo abandonó, cuando coincidió con el «Guajiro» Urbano en el equipo Cuba, y era obvio, por antigüedad le correspondía al pelotero cubano con más comparecencias al bate sin poncharse (190).
En aquella ocasión Wilfredo se sintió «incómodo, raro, con esa camiseta con el número 13». El 19, contó, era parte de su carrera: con él jugó 19 años y dio el hit 2 001 el 19 de enero (en series nacionales acumuló 2 174 imparables).
El estelar torpedero Eduardo Paret se hizo grande con el 2. Aunque inicialmente le gustaba el 4, por Pedro Jova, se quedó con el 2, porque «generalmente los peloteros chiquitos usan números pequeños».
Tabares, quien ahora debuta como coach de tercera de los Leones de la capital, se «vistió» primero con el 17. Y fue pura coincidencia que llevara el mismo número que Javier Méndez, su pelotero favorito. Mas reconoce que la inspiración se la daba Víctor Mesa, por su agresividad en el terreno. Luego fue cogiendo varios números, sobre todo el 1 y el 16. Pero un episodio desagradable lo vincula con el 56, dígitos con los cuales se distinguió en el diamante.
Con 16 años fue injustamente eliminado de una preselección juvenil. Su frustración fue tal, que llegó a decir que no jugaría más pelota. A la semana del incidente, sus padres lo persuadieron de que esa no era la decisión correcta. Lo invitaron a mirar el futuro y que considerara ese episodio como el inicio de su carrera deportiva. Entonces se aferró al 56 de aquella camisa azul prusia que le habían regalado. «Voy a hacer grande este número», les dijo. Y lo llevó desde 1992 hasta 2017.
El 5 y los novatos
Antonio Muñoz, «el Gigante del Escambray», empezó la pelota con el número 7, pero cuando Silvio Montejo fue para el equipo tuvo que dejar ese dorsal y se pasó al 19, el que también tuvo que ceder después a otro jugador más experimentado. Entonces pensó en el 29, pero fue su papá quien le sugirió el 5, por la finca que tenía en el Condado espirituano con ese número. Y con el 5 se quedó.
Recientemente pude indagar entre un grupo de jóvenes lanzadores sobre el motivo que los hizo inclinarse por su dorsal. Aquí comparto algunos criterios.
El 28 era el preferido del camagüeyano José Ramón Rodríguez, a quien le auguran buen futuro, pero tuvo que conformarse con el 83, con el mismo que se estrenó este 2017 en el equipo Cuba.
En cambio, Ulfrido García optó por el 85. «Es uno de los menos usado por los peloteros de Santiago de Cuba», aseguró.
Dayron Durán debutó con el 18 en series nacionales. «Es su número de la suerte», dice, y con él ya se estrenó también fuera de casa.
El prometedor Yosver Zulueta explicó: «Mi número es el 23, porque es el día en que nacimos mi hermano y yo, aunque en diferentes meses y años».
Todos tienen en común el deseo de hacerlo grande. De ser recordados como tantos hombres de la pelota cubana.
A ellos y a quienes empiezan, Muñoz —el primera base que muchos incluyen en el Cuba de la pelota revolucionaria, con sus 371 jonrones en 24 series nacionales— les alerta que la elección del dorsal es cosa muy seria.
Ello lo declaró hace unos meses al periodista Michel Contreras para la publicación digital Cubadebate: «Mi hijo de cuatro años tiene una camisita de pelotero con el 5, y parece que puede dar buen bateador. Pero si él se dedicara a la pelota y llegara a categorías superiores, yo quisiera que se buscara otro, porque esas cosas hay que ganárselas. No es posible entender que cualquier novato se cuelgue el 32 de Víctor o el 14 de Casanova en los equipos provinciales».