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Por Jorge Ebro
El Caballo Loco ya no lo es tanto. Pero corre mejor. Después de vivir una vida de experiencias contrastantes que lo llevaron de la cima del glamour angelino a las oscuridades de las Ligas Menores, Yasiel Puig se muestra por estos días con esa serenidad interior que nace de saber bien lo que se quiere en la vida.
Este ha sido un invierno distinto para Puig, que no ha estado en los titulares por controversiales razones ajenas al terreno, sino por haberse dedicado a labores humanitarias que refuerzan la noción de un cambio para nada cosmético.
A Puig se le ha visto en varios lugares de Miami compartiendo con la comunidad, en hogares de ancianos o escuelas infantiles, entregando bolsas de alimentos, firmando autógrafos, acercándose a la gente que lo quiere y le desea el éxito sin condiciones, que le brinda amor del bueno sin pedir nada más allá de una sonrisa en la calle y un jonrón en el diamante.
Recientemente estuvo en la República Dominicana con su fundación que lleva de nombre, nada más y nada menos, que The Wild Horse, repartiendo ayuda material y espiritual entre personas de bajos recursos y peloteros de ligas infantiles. Puig está tratando, y duro, de mostrar una imagen distinta, profunda.
«La vida me permite hacer esto ahora por gente necesitada», expresó este jueves el jardinero durante una entrega de comida en la 17 avenida y la calle 30 del North West. «Dios me ha dado mucho y quiero compartirlo con aquellos menos favorecidos. Ver el agradecimiento en las caras de la gente, ese el premio mayor».
Aún vive Puig bajo la sombra de un canje y dentro de Los Angeles enfrenta una tarea difícil en medio de los abarrotados jardines del equipo, pero si cumple con ese potencial que enseñó en su primera temporada, nada ni nadie podrá evitar que vuelva a la luz del estrellato.
Tampoco es que haya dejado a un lado su sonrisa. Y cuando el reportero Octavio Sequera le dice que ha madurado, se gasta una broma sencilla: «sí, he madurado porque he cogido un poco más de sol», pero este Puig se muestra diferente, porque ha entendido que entre locura y locura existen momentos de cordura y reflexión, que el mejoramiento humano está al alcance de todos, hasta para el más loco de los caballos.
Qué distinto de aquel Puig recién llegado, que irrumpió en los Dodgers con la fuerza de un huracán y enamoró al béisbol con su forma agresiva de jugar, pero que cargaba algo de arrogancia en sus maneras, en sus palabras y en su mirada. Que parecía tener todas las respuestas.
Cuando Los Angeles decidió enviarlo a un lejano club de la granja, Puig pareció haber tocado fondo. El equipo lo castigaba, pero albergaba una esperanza. Quería ver su reacción. A un hombre se le mide no solo por sus manifestaciones en el éxito, sino por la forma de lidiar con la adversidad.
Y Puig comenzó a renacer, a refundarse en un crisol que todavía no ha convencido a todos, pero que levanta aplausos. Pidió perdón a quienes había vaciado de confianza, se entregó al béisbol con una disciplina nunca antes vista, intentó y sigue intentando ser el mejor de los compañeros.
«Mi reto es conmigo mismo y me preocupo por ser mejor dentro de mi equipo en lo deportivo y lo personal», agregó Puig. «No voy a detenerme hasta lograrlo, ya sea con los Dodgers o con el equipo que Dios decida».
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A Puig se le ha visto en varios lugares de Miami compartiendo con la comunidad, en hogares de ancianos o escuelas infantiles, entregando bolsas de alimentos, firmando autógrafos, acercándose a la gente que lo quiere y le desea el éxito sin condiciones, que le brinda amor del bueno sin pedir nada más allá de una sonrisa en la calle y un jonrón en el diamante.
Recientemente estuvo en la República Dominicana con su fundación que lleva de nombre, nada más y nada menos, que The Wild Horse, repartiendo ayuda material y espiritual entre personas de bajos recursos y peloteros de ligas infantiles. Puig está tratando, y duro, de mostrar una imagen distinta, profunda.
«La vida me permite hacer esto ahora por gente necesitada», expresó este jueves el jardinero durante una entrega de comida en la 17 avenida y la calle 30 del North West. «Dios me ha dado mucho y quiero compartirlo con aquellos menos favorecidos. Ver el agradecimiento en las caras de la gente, ese el premio mayor».