Por Alex Díaz Hernández
Se ha vuelto un fuerte matiz esto de que los pequeños jueguen y cumplan sus sueños pero fuera del país. Desde la misma raíz el béisbol está dolido. Buscarle a esto sentido pudiera ser complicado, pero como he investigado, expondré mi cometido.
Hablé con Danger Guerrero, ex máscara en Quivicán, que pone empeño y afán en su niño pelotero. Fue en su respuesta sincero, diciendo sin titubear, que él quisiera ver jugar en su país al pichón, pero una contratación fuera no la va a negar.
Desmenucemos los gastos de un padre por temporada, viendo generalizada la vida, no dan abasto. ¿Pudiera ser un malgasto si el niño no da trofeos? ¿Dura un guante tres torneos? Compran spay, el mejor, y si el niño es receptor deben comprar los arreos. Compra guantilla, uniforme, bates, sudaderas, casco, y que no se vuelva un fiasco lo gastado. Estar conforme resulta un esfuerzo enorme y la balanza mental se inclina de forma tal, que el padre, en lo que “consiga”, duda entre las Grandes Ligas o la Serie Nacional.
Un progenitor que gana lo básico, entre argumentos dice que no hay implementos en nuestras tiendas cubanas. Pasa todas las semanas rezando al santo bendito, y le dice al muchachito con un jocoso lenguaje cuando va a entrenar: “el traje que no se rompa mijito”.
El niño sigue a su estrella. Quiere ser Yuli Gurriel, Céspedes, José Dariel, como el Duque dejar huella, ser Chapman que un juego sella, Puig en jugada aplaudida. Y sin que alguien se lo impida, los niños de Marianao quieren el traje toca´o con la M de Florida.
Todos quisiéramos ver a cada joven figura, con interés, con holgura, la pirámide ascender. Pero hay que comprender que la MLB penetra, y si no se compenetra con Cuba: hallar soluciones para que nuestros campeones luzcan nuestras cuatro letras.