POR JORGE EBRO
De haber nacido en Santiago de Cuba, Orlando “El Duque’’ Hernández cree que habría ganado más de 200 victorias en Series Nacionales. La confesión, medio en broma y medio en serio, se la hace al más grande jonronero de la isla, a uno de aquellos grandes exponentes de La Aplanadora oriental.
Orestes Kindelán vino a Miami a contemplar el showcase de su hijo Lionard en el parque de la UM y se encontró con Hernández, un viejo amigo de béisbol y de vida que le abrazó con el cariño de siempre.
“Jugar contra Santiago era saber que iba con un 50-50 por ciento para ganar o perder’’, explicó Hernández. “Pero lo mejor fue haber compartido tantos años de buenos momentos. Ellos de Oriente y nosotros de Occidente, pero teníamos una buena relación. Dentro del terreno, todo era batalla’’.
El Duque con los Industriales y Kindelán con Santiago eran dos de los puntales de una época quizá irrepetible en Series Nacionales, donde los jugadores eran casi estrellas de rock, reverenciados por una población entregada a su béisbol.
Industriales, Santiago de Cuba, Villa Clara –la Trituradora Naranja- y Pinar del Río formaban el cuarteto formidable de conjuntos que dominaban desde la década de los 80 hasta los 90, arrastrando a millones a los estadios, creando rivalidades duraderas y reconocibles.
“Uno representaba su uniforme y su camiseta, al ciento por ciento a los fanáticos’’, agregó Hernández, el cuatro veces ganador de anillos de Serie Mundial. “Pero acababa el juego y éramos víctimas de buenas invitaciones. Eramos recíprocos. Solo nos importaba competir y luego ser buenos amigos’’.
Un juego de Santiago en el Latino o de los Industriales en el Guillermón Moncada era el equivalente cubano, salvando distancias, de unos Yankees en el Fenway Park o de los Medias Rojas en el Bronx.
A casa llena y con los pulmones a reventar, encuentros como esos eran de las pocas cosas que le daban alegría a los cubanos. Ver el estadio del Cerro repleto hasta la bandera era una visión imponente.
“Aquello era un verdadero show’’, expresó Kindelán de sus viajes a La Habana. “Media Cuba estaba pendiente de eso. No importaba que fuera playoff o juego normal, el Latino se llenaba. Era algo inolvidable’’.
De pocas palabras, Kindelán siempre tuvo a El Duque en una altísima estima, primero por los encarnizados choques en el terreno y luego por el tiempo compartido en el equipo nacional, donde ganaron juntos los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.
Kindelán llegaría a implantar una marca de cuadrangulares con 487 en 17 Series Nacionales, mientras Hernández finalizaba –cortado por una injusticia- con excelente record de 126-47 en 10 torneos domésticos.
“Siempre fue un caballero, nunca te restregaba en la cara un jonrón, muy respetuoso’’, recordó El Duque de Kindelán. “Y tenía para haber perreado bastante. A veces caminaba suave a primera, pero era un perreito bueno, para su gente’’.
Después de tantos años de brillo, Hernández sería apartado de la pelota antillana por medidas absurdas e intolerantes relacionadas con la salida de su hermano Liván, mientras que Kindelán continuaría su recorrido exitoso de casi dos décadas con la novena principal de la isla.
Tiempos muy distintos a los actuales en que a los clubes cubanos les cuesta ganar cualquier tipo de torneo, desde la Serie del Caribe y los Clásicos Mundiales, hasta unos simples Juegos Centroamericanos.
Pero a pesar de sus enormes triunfos con los Yankees y los Medias Blancas, Hernández siempre ha rendido tributo a esa época que hoy es vista con nostalgia a la distancia.
“Cada vez que aquí me preguntaban si sentía presión, yo les decía que fueran al Guillermón Moncada, que fueran a Villa Clara, a ver si hay presión o no,a Pinar del Río’’, rememoró Hernández. “Presión había en Cuba por la pasión del fanático y la manera en que uno defendía su camiseta’’.
“Te gritaban amarillo, segundones, pero todo en buena onda’’, agregó El Duque. “Pero solo por probar las frutas de El Caney, ya valía la pena el viaje. Una lástima que no hubiera sido en avión todo el tiempo’’.