Por Raúl Hernández Lima y respaldado por el colectivo de Pelota Cubana
“El periodismo es libre o es una farsa”. Rodolfo Walsh.
Hace algunas horas leí con disgusto un texto publicado en el sitio web de Tribuna de la Habana donde aludía festinadamente a la ética. Para nada tiene que ver con mis sensación el medio que alberga el desafortunado escrito, por el contrario recuerdo con agrado cómo bebía de sus páginas en los amaneceres capitalinos de la plaza Cadenas o la escalinata de la Universidad de la Habana cuando era alumno de esa casa de altos estudios, acompañado de un cucurucho de maní comprado al mismo precio a un señor que los unía deliciosamente en su pregón.
El motivo de mi desagrado tampoco tiene su origen en el estilo ramplón y concluyente con el que su autor expone su saña, sino en el desconocimiento supino del tema que intenta abordar con más penas que acierto. Desgraciadamente me veo obligado a citar a ese medio al cual respeto profundamente y no al autor, no por evitar otorgarle el minuto de fama que gozaría en este medio con tantos miles de lectores sino porque en ocasiones confundo su verdadero nombre con algún seudónimo de los que frecuentemente utiliza.
Infelizmente el autor intenta clarificar cuestiones que evidentemente le son ajenas como la ética periodística y sólo logra confundir al lector desde postulados falaces y carentes de argumentación en los puntos del código sagrado del periodista. El resultado no puede ser otro que la confusión partiendo del tronco encorbado de sus intenciones y su falta de conocimiento.
Después de copiar un tratado sobre la prueba PCR para diagnosticar el COVID-19, quizá lejos del alcance de la comprensión del lector promedio y que publicara Mónica Gail en la Gaceta Médica con fecha del 20 de marzo de este año, se aventura a llamar a la mesura de quienes informaron sobre la situación que atraviesa el pelotero Osmel Cordero después de dar positivo a un test rápido a él realizado.
Presuntamente para él tener el acceso a la información de primera mano y mantener informados a los aficionados produjeron la falta de moderación y hacen olvidar «los elementos éticos que deben caracterizar a esta profesión» (refiriéndose al periodismo). Es evidente que no sabe el entusiasta que el primer apartado del código deontológico del periodista atiende el respeto a la verdad y el derecho del público a la información veraz.
Cuando afirma que «los nombres de los peloteros que sean confirmados en pruebas concluyentes, solo se publicarán con el consentimiento del afectado o de la dirección del equipo, como se hace en otras ligas del planeta», así, en negritas, desconoce otro de los postulados que demanda de los informadores elaborar sus trabajos periodísticos de acuerdo con hechos de los que conozcan su origen sin suprimir información esencial o falsificar documentos.
Me siento en el deber de comunicarle al amigo preocupado por la ética, que no se necesita permiso de una figura pública para informar si el contenido es de interés popular. Le recuerdo que según Gilbert Keith Chesterton el periodismo consiste esencialmente en decir «lord Jones ha muerto» a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo. Probablemente el autor de El hombre que fue jueves también pecó de inmoral.
Más adelante retoma la idea del permiso para publicar el nombre de un atleta no sin antes intentar hacernos creer, a los que nos dedicamos al oficio de informar y opinar, que tenemos el deber de esperar a que la dirección del equipo, o quien sea, nos autorice a decir lo que conocemos. Esa complacencia con el deportista aleja al periodista de ejercer la crítica y, peor, de cualquier objetividad posible. Luego trata de que pensemos que está «en contra del secretismo y el ocultismo, flagelos que según el durante mucho tiempo han afectado a nuestro deporte favorito.
Albert Camus, atrevido a decir que una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala, seguro se retuerce en su tumba, o se desternilla de la risa con esa barbaridad ¿quién sabe?
Retomando la ética, no es ocioso recordar, o hacer saber, que la calumnia, la injuria, el libelo y las acusaciones infundadas son consideradas como una grave ofensa profesional. Eso, a la sazón, también aparece en el cuerpo solemne del código de ética.
Lo que no aparece es acusar sin argumento, blasfemar, publicar hoy con el santoral y mañana contradecirse escondido tras un seudónimo (Emilio Sosa Martín y quien sabe cuáles otros ayudan a este amigo a no practicar lo que predica), acusar de lo que se carece es cinismo y ya sabemos queridos amigos, no los enseñó Kapuscinski, que los cínicos no sirven para el periodismo.