Desde el primer instante en que el camagüeyano Vicyohandri Odelín Sanamé se subió a un box en las Series Nacionales, ya tenía reservado un sitio en la historia del béisbol cubano. Con apenas ponerse el guante en el rostro, mirar las señas del receptor y lanzar tan solo un envío, ya estaba trascendiendo quizás, como el lanzador con el nombre más exótico que ha pasado por nuestra pelota.
Pero el Viyo Odelín, claro está, no se iba a dejar atar a tan simple vía para pasar a la historia. Cuando por primera vez frotó una esférica al más alto nivel en su país – en la Serie 37 y a mediados de 1998- él sabía que su nombre de tan raro que era, se colaría para rato en el vocabulario de la afición cubana. En aquel entonces, se llevó al bolsillo dos victorias y trabajó para efectividad de 1.10.
Con el paso del tiempo, irrumpiría desenfadadamente y sin pedir permiso en el firmamento del béisbol, avalado por su rosario de grandes actuaciones, que incluye todos los títulos posibles con el team Cuba y para ser más enfático, fue uno de los actores del desempeño más lustroso de la pelota cubana en su historia: el subtítulo en la premier del Clásico Mundial.
Es el 15 de marzo de 2006. Se juega la parte baja de la novena entrada y Cuba gana 4-3 a los anfitriones boricuas. Los locales amenazan, Odelín atraviesa por el momento más candente de su vida deportiva: al bate una leyenda de la receptoría de nombre Iván Rodríguez. El agramontino dialoga con Ariel Pestano, rápidamente.
Todo vuelve a la normalidad. Toda la atención se concentra en un instante, en el que el Viyo lanza una bola infectada de veneno. Nadie dice nada, nadie lo alerta, e Iván, experimentado en este oficio, parece un imberbe ante la dosis propinada por el cubano. Se poncha y Odelín es todo ademán encima del montículo. Escribía así la página más brillosa de su trayectoria, contribuía a que su equipo se colara entre los cuatro grandes y luego, lo que todos conocen.
Fue entonces que pasarían los años, hasta contabilizar un total de ocho. El 4 de febrero de 2014, Villa Clara, reforzada con varias figuras de la selección nacional, trataba de buscar el sendero victorioso en Isla de Margarita, Venezuela, extraviado sucesivamente ante dominicanos, mexicanos y venezolanos en la reinserción de Cuba a la Serie del Caribe, competición en la que fue dueña y señora en casi toda la década del 50 del pasado siglo. En esa fecha, el diestro de la ciudad de los tinajones, personalmente, le pidió la bola al estratega Ramón Moré para ser el abridor ante el conjunto puertorriqueño Indios de Mayagüez. Con anterioridad lo trajeron de relevo en un partido perdido y más tarde declararía “yo no vine aquí pa esto”.
Estaría por verse si Odelín sería la piedra con la que los boricuas tropezarían dos veces. Pero no, no fue en esa ocasión una piedra. Él mismo construyó una inmensa pared sólida, por la que apenas traspasaron dos indiscutibles, en el mismísimo inicio del juego, y propinó un quinteto de ponches. Pero, por si fuera poco, caminó toda la ruta a golpe de 122 lanzamientos, la primera y única ocasión en que completaba un encuentro con la selección nacional. Esa faena, de abrir y completar, hacía 12 años no se lograba por pitcher alguno en ese evento. En este momento sonrío, porque recuerdo que el Viyo fue el refuerzo más cuestionado –algunos hasta lo veían como un descarte- y fue de los elegidos, el único que sacó la cara y sonrío de oreja a oreja.
Uno de sus iniciales votos de confianza –o tal vez el primero- con el equipo principal de Cuba fue en el Campeonato Mundial de Japón 2001, donde compartió con luminarias de la lomita como José Ariel Contreras, José Ibar y Norge Luis Vera. Luego se proclamaría as de los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003 y al año siguiente tendría el privilegio de saborear el último título olímpico del béisbol cubano, pues en Beijing 2008, donde también él ofreció su talento, fue la plata el metal que colgó en el cuello de los nuestros.
El pasado 26 de febrero cumplió 36 años. Dentro de unos días saldrá al ruedo. Nuevamente integra y lidera el plantel agramontino que concursará en la 56 Serie Nacional de béisbol, la cual recibirá con 19 contiendas, 132 sonrisas, 112 fracasos, 20 lechadas y efectividad de 3.40. La Serie pasada ningún equipo lo seleccionó como refuerzo, pero en las dos anteriores se incluyó en la rotación del pitcheo industrialista. Su velocidad ha perdido un poco de vida y entonces su control y la maña adquirida con el tiempo pasan a ocupar puestos de prioridad. Odelín no se resigna al retiro.